Qué son los psicodélicos

¿Qué son los psicodélicos? Historia, caída y resurgir de unas sustancias sagradas

Los psicodélicos son sustancias químicas o compuestos naturales capaces de alterar profundamente la percepción, la cognición y el estado emocional. Provocan experiencias subjetivas intensas, que pueden incluir visiones, sinestesia (mezcla de sentidos), disolución del ego y una sensación de conexión trascendente con el universo. Su nombre proviene del griego psyche (mente) y delos (manifestar), es decir, «manifestadores de la mente». Se dividen en tres grandes grupos: los clásicos (como LSD, psilocibina y mescalina), que actúan sobre los receptores de serotonina; los empatógenos (como el MDMA), que favorecen la conexión emocional; y los disociativos (como la ketamina), que generan sensación de separación del cuerpo.

Historia de los psicodélicos enteógenos

El uso de sustancias psicodélicas no es una moda moderna ni una invención del siglo XX. De hecho, acompaña a la humanidad desde tiempos prehistóricos. Muchas culturas indígenas y civilizaciones antiguas utilizaban plantas y hongos psicoactivos con fines religiosos, curativos y visionarios. Eran —y siguen siendo— verdaderas puertas hacia lo sagrado. Preguntarse qué son los psicodélicos implica mirar más allá de sus efectos y entender su papel en la historia espiritual del ser humano.

La palabra enteógeno, que hoy se usa para referirse a estos compuestos en contextos rituales o espirituales, proviene del griego entheos (“el dios dentro”) y genesthai (“hacer nacer”). En otras palabras, un enteógeno es aquello que “genera la divinidad en el interior”, algo que no busca solo alterar la percepción, sino conectar al ser humano con lo trascendente. Comprender qué son los psicodélicos desde esta perspectiva transforma la visión puramente farmacológica en una mirada cultural y simbólica.

Psicodélicos en la antigüedad

Los ejemplos son fascinantes. En Mesoamérica, los pueblos aztecas y mayas consumían hongos psilocibios —a los que llamaban teonanácatl, “carne de los dioses”— durante ceremonias chamánicas. En la cuenca del Amazonas, muchas comunidades usaban y siguen usando el brebaje de ayahuasca para sanar y recibir visiones. En el desierto de Norteamérica, el peyote era y es una planta sagrada para varias naciones originarias. Todas estas prácticas ayudan a ilustrar qué son los psicodélicos en su dimensión ritual y ancestral.

Psicodélicos en Mesoamérica

También en el Viejo Mundo existen indicios claros. Los psicodélicos en la antigua Grecia tenían un papel muy importante., durante los misterios eleusinos —un rito iniciático secreto que se celebró durante más de mil años— se tomaba el kykeon, una bebida psicodélica cuya composición aún es objeto de debate. Muchos investigadores creen que contenía derivados del cornezuelo del centeno, un hongo con propiedades similares al LSD.

Uno de los casos más antiguos y debatidos es el del soma, una sustancia sagrada mencionada en los textos védicos de la India (escritos hace más de 3.000 años). El Rigveda describe el soma como una planta divina que otorgaba inmortalidad, visión divina y comunión con los dioses. Los sacerdotes védicos la exprimían en rituales y consumían su jugo para entrar en estados de éxtasis o iluminación. ¿De qué planta se trataba? A día de hoy, sigue siendo un misterio. Algunas teorías apuntan a que el soma podría haber sido Amanita muscaria (el famoso hongo rojo con puntos blancos), pegano del desierto (Peganum harmala), ephedra, o incluso una combinación de varias plantas psicoactivas. Sea lo que sea, tenía claramente un papel enteogénico.

Estos usos no eran recreativos. Estaban profundamente integrados en sistemas culturales y espirituales complejos, con guías, rituales y significados compartidos. Durante siglos, estos conocimientos se transmitieron oralmente y se protegieron con esmero. Pero con la colonización europea, muchos de estos saberes fueron perseguidos, ridiculizados o silenciados. Aun así, sobrevivieron en los márgenes, y hoy están despertando un nuevo interés tanto en las comunidades científicas como en quienes buscan reconectar con prácticas ancestrales. Este resurgimiento actual también ha llevado a mucha gente a preguntarse qué son los psicodélicos en términos terapéuticos y personales.

En el siglo XX, con el aislamiento de compuestos como el LSD (1938) y la psilocibina (1958), los psicodélicos saltaron al ámbito científico y cultural, culminando en la explosión contracultural de los años 60. Para comprender su influencia, no basta con analizarlos desde una óptica farmacológica o médica. También hay que preguntarse qué son los psicodélicos en términos filosóficos, antropológicos y espirituales.

El uso de psicodélicos en los años 60

Los años 60 fueron una década definida por la explosión de los psicodélicos en la cultura occidental, marcando un antes y después en su percepción social, científica y política. Todo comenzó con el LSD, una sustancia sintetizada en un laboratorio suizo en 1938 pero que no encontró su momento histórico hasta que figuras como Timothy Leary, Richard Alpert y Ken Kesey la sacaron de los círculos académicos y la lanzaron al corazón de la contracultura.

En los primeros años de la década, el LSD todavía era visto como una herramienta prometedora en psicoterapia y creatividad. La CIA, por su parte, experimentaba en secreto con la sustancia a través del polémico proyecto MKUltra, buscando usarla como suero de la verdad o arma química. Pero fue en las manos de los jóvenes rebeldes donde el ácido encontró su verdadero propósito: convertirse en el catalizador de una revolución espiritual y social.

Timothy Leary, un psicólogo de Harvard, se convirtió en el profeta accidental de este movimiento. Su frase «turn on, tune in, drop out» («enciéndete, sintoniza, abandona»), resonó entre una generación que buscaba escapar del conformismo de la posguerra. Junto a Richard Alpert (más tarde conocido como Ram Dass), Leary promovía el uso del LSD como herramienta de expansión de la conciencia, casi como un sacramento moderno. Mientras tanto, en la Costa Oeste, Ken Kesey y sus Merry Pranksters organizaban los famosos «Acid Tests», fiestas caóticas donde el LSD se mezclaba con música en vivo, luces psicodélicas y una sensación de comunidad que prefiguraba el espíritu hippie.

La música no tardó en absorber esta influencia. Bandas como The Beatles, Pink Floyd y The Grateful Dead incorporaron los psicodélicos no solo como inspiración lírica, sino como parte integral de su proceso creativo.

Efectos visuales de los psicodélicos

Demonización de los psicodélicos

Pero no todo era color de rosa. A medida que el uso recreativo se popularizaba, también llegaban historias de malos viajes, crisis psicológicas y accidentes bajo los efectos de estas sustancias. La prensa sensacionalista exageraba los casos más extremos, alimentando el pánico moral. El establishment político, alarmado por el rechazo de los jóvenes a la guerra de Vietnam y a los valores tradicionales, encontró en los psicodélicos un chivo expiatorio perfecto. Richard Nixon llegó a llamar a Leary «el hombre más peligroso de América», y hacia finales de la década, el LSD y otras sustancias fueron criminalizadas en Estados Unidos y gran parte del mundo.

Paradójicamente, esta prohibición no hizo más que mitificar los psicodélicos, enterrando su potencial terapéutico bajo décadas de estigma mientras su leyenda crecía en la cultura underground. Los años 60 demostraron que estas sustancias eran mucho más que drogas: eran espejos de la sociedad que las consumía, capaces de reflejar tanto sus anhelos de libertad como sus miedos más profundos. Medio siglo después, mientras la ciencia redescubre sus aplicaciones médicas, aquella época sigue siendo un recordatorio de lo que ocurre cuando la conciencia humana choca contra los límites de lo establecido.

Autores clave y la teoría del mono dopado

Uno de los más excéntricos pero influyentes fue Terence McKenna. Junto a su hermano Dennis, formuló la famosa teoría del mono dopado («Stoned Ape Theory»), según la cual el consumo de hongos psicodélicos por parte de nuestros antepasados pudo haber impulsado la evolución de la conciencia humana, el lenguaje o la espiritualidad. Aunque no cuenta con respaldo científico sólido, esta idea refleja una intuición compartida: los psicodélicos han jugado un papel profundo en nuestra historia evolutiva y cultural. Otros autores clave en este campo han sido Stanislav Grof, pionero de la psicología transpersonal, y Rick Strassman, quien investigó los efectos de la DMT en humanos en los años 90, cuando casi nadie se atrevía a tocar estos temas.

Qué ofrece la experiencia enteogénica

Para entender plenamente qué son los psicodélicos, hay que saber qué efectos provoca. La vivencia con enteógenos varía según la sustancia, el contexto y la persona, pero suele incluir patrones comunes: disolución de las fronteras del ego, emociones intensificadas (desde euforia hasta confrontación con traumas) y percepciones alteradas del tiempo y el espacio. Muchos usuarios describen encuentros con lo «numinoso» —una presencia sagrada o cósmica—, lo que explica su uso histórico en contextos espirituales. Estas experiencias, pueden generar insights profundos sobre la propia vida, relaciones o propósito existencial.

Criminalización de los psicodélicos

La criminalización de los psicodélicos no fue un proceso científico, sino profundamente político. A principios de los años 60, estas sustancias se encontraban en el centro de una auténtica revolución cultural. En este contexto, los psicodélicos pasaron de ser herramientas de investigación médica prometedora (en los años 50 se publicaron más de mil estudios clínicos sobre LSD, con resultados positivos en depresión, alcoholismo o ansiedad) a convertirse en símbolos de rebeldía y caos. El gobierno de Estados Unidos, alarmado por el crecimiento del movimiento hippie y las protestas contra la guerra de Vietnam, vio en estas sustancias una amenaza directa al orden social.

Así, en 1966, el LSD fue prohibido en EE. UU., y en 1970 se aprobó la Controlled Substances Act, que clasificó al LSD, la psilocibina, el MDMA y otras sustancias como “Categoría I”: alto potencial de abuso y sin valor terapéutico reconocido. Esta misma clasificación se extendió pronto a nivel internacional a través de convenios de la ONU, congelando durante décadas la investigación psicodélica en todo el mundo.

Un parón de 30 años en la investigación

El impacto fue brutal. Se cerraron laboratorios, se censuraron publicaciones, y cualquier intento de estudiar científicamente estas sustancias se topó con barreras legales, administrativas y sociales. La psicodelia quedó reducida a un estigma. Durante más de 30 años, mencionar LSD o psilocibina era sinónimo de irresponsabilidad o locura. Lo más irónico es que la decisión de prohibir los psicodélicos no se basó en evidencia científica, sino en intereses políticos y prejuicios culturales. Hoy se sabe que estas sustancias tienen un riesgo muy bajo de toxicidad, no generan dependencia física y, bien utilizadas, pueden ser herramientas terapéuticas muy potentes.

A pesar de este apagón obligado en la investigación, el interés por los psicodélicos no desapareció del todo. Algunos científicos persistieron en la sombra, y quienes habían vivido experiencias transformadoras no olvidaron su potencial. Con el cambio de siglo, y gracias a una nueva generación de científicos, activistas y terapeutas, comenzó a gestarse lo que ahora se conoce como el renacimiento psicodélico, reabriendo preguntas esenciales como qué son los psicodélicos y por qué siguen fascinando tanto a la ciencia como al espíritu humano.

Beneficios terapéuticos de los psicodélicos

En las últimas décadas, la ciencia ha redescubierto el potencial terapéutico de estas sustancias. Estudios con psilocibina (hongos alucinógenos) muestran eficacia en tratar depresión resistente, ansiedad en pacientes terminales y adicciones. El MDMA, en fase avanzada de ensayos clínicos, ha demostrado ser revolucionario para el trastorno de estrés postraumático (TEPT). La ketamina, ya legalizada en algunos países como antidepresivo de acción rápida, es otro ejemplo. Estos compuestos actúan «reiniciando» circuitos cerebrales rígidos, para facilitar nuevas perspectivas y favorecer la neuroplasticidad.

Psicodélicos naturales

Nuevo auge y despenalización

Hoy vivimos un renacimiento psicodélico. Países como Canadá, Australia o partes de EE.UU. han aprobado el uso terapéutico de psilocibina o MDMA. Ciudades como Denver y Oakland despenalizaron los hongos psilocibios, y Oregon legalizó centros de terapia con psilocibina en 2023. Empresas como COMPASS Pathways investigan fórmulas patentadas, mientras universidades tan prestigiosas como Johns Hopkins, Imperial College London, lideran estudios rigurosos y muy esperanzadores. La OMS ha pedido reclasificar estas sustancias para facilitar su acceso médico y la FDA ha catalogado como “terapia innovadora” a las terapias con psilocibina.

Psilocibina: la estrella de los psicodélicos

La psilocibina, presente en hongos como Psilocybe cubensis, es uno de los psicodélicos más prometedores. A diferencia del LSD (asociado a laboratorios clandestinos), su origen natural le otorga mayor aceptación social. Actúa sobre los receptores de serotonina 5-HT2A y es capaz de inducir estados de introspección y emocionalidad profunda sin generar adicción. Ensayos clínicos muestran que, combinada con terapia, puede reducir síntomas depresivos en horas, con efectos duraderos semanas después de una sola sesión.

Comprender qué son los psicodélicos ayuda también a desmitificar su uso. Son sustancias que alteran la percepción, el estado de ánimo y los procesos cognitivos, pero que, bajo contextos adecuados, pueden generar beneficios psicológicos profundos.

Uso recreativo actual

Aunque la psilocibina sigue siendo ilegal en la mayoría de países, su consumo recreativo persiste en un marco de tolerancia ambigua. Las «setas mágicas» son vistas como una alternativa más segura y natural que sintéticos como el LSD o el MDMA, lo que ha impulsado su popularidad en microdosis (dosis subperceptivas para mejorar creatividad o ánimo). Holanda vende esclerocios de trufas psilocibios en smartshops, y en países como España o México existe un vacío legal sobre los hongos frescos. Sin embargo, su uso sin supervisión conlleva riesgos, como «malos viajes» o exacerbación de trastornos psiquiátricos latentes.

Los psicodélicos, tras décadas de estigma, resurgen como herramientas para la salud mental y la autoexploración consciente. Saber qué son los psicodélicos y cómo pueden integrarse en un marco terapéutico seguro es clave para su aceptación generalizada. La psilocibina, en particular, encarna esta dualidad: una sustancia ancestral y a la vez punta de lanza de una revolución terapéutica.

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